martes, 14 de septiembre de 2010

Carta a mi abuelo Andrés


Me bulle la sangre.
Me corre bravura balear
por las esquinas.
Sangre de tu Palma, y de ella,
la salamanquina.
Andrés. Mediterráneo y ópera.
Ni gris ni media tinta.
Blanco o Negro. La causa o muerto.
Escapar del régimen o preso.
¡Inmigrante! en la lista del puerto.
Desaparecido, pero de exilio.
Militante, socialista,
música y libro.
Soy su verbo y su huella.
Castiza herencia.
Ay, abuelo, muero un poco yo
cuando el extrañar es luto,
y la pena de tu muerte es vitalicia.
Te “vi” solo
diecinueve días
en ojos de biberón y en tus brazos,
y dicen que dicen que “princesa” me decías.
Aun busco el brillo del escarpín
que Antonia con cristales me tejía.

Tengo clavado tu beso en mi frente
la tarde que te fuiste.
Si te hubiese tenido
en mis días de Cenicienta…
Ay! si me vieras, con los ojos
de revivir a tu nieta
mirando irónico tus propios despojos.
Estarás en tu cielo querido,
de bohemias mallorquíes.
Entre España y América.
Desde la muerte a “mi niña”.
Hoy somos dos maniquíes
en la vidriera de un álbum familiar
que dormita en el cajón izquierdo
donde se guardan los abuelos.
Hubiera yo querido acompañarte
al ibérico sueño, porque…
de tanto y tanto quererte
sería bueno que fuera cierto
eso de vernos…
algún día en el cielo.

1 comentario:

  1. Poderoso y muy vital a pesar de tu melancolía.
    Yo también tuve un abuelo así, el Tata, quien fué prisionero de guerra de los nacistas en la primera guerra mundial.
    Sé muy bien de lo que hablas Susana.

    Abrazos desde Dinamarca la silenciosa,

    Ian.

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